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jueves, 28 de marzo de 2013

Salvo Ruiz, el gran poeta campesino

Por: León Felipe Duque S.

En una casa humilde a orillas del Río Cauca se está perdiendo poco a poco la historia de uno de los más grandes poetas populares de la historia de Antioquia, Manuel Salvador Ruiz, más conocido como Salvo Ruiz. Se está perdiendo porque Baudilio Ruiz, su nieto de 77 años, sobrevive en una vereda de Concordia gracias a la colaboración de algunos amigos a los que les ayudó hace ya más de 30 años, cuando alcanzó a ser concejal de Salgar y diputado a la Asamblea de Antioquia. 
Foto: http://concordia-antioquia.gov.co
Baudilio vive solo desde hace muchos años, después de que su mujer y sus hijos lo abandonaron:

“Ella me echó los hijos de enemigos, entonces eso se volvió una melodía ahí dura. Me fui para la costa y, estando por allá, a un hijo que era alcalde en Salgar le dio por ser buen hijo y le dijo a su hermano: ‘Dígale a papá que se venga a vivir a ese rancho que desocuparon ahí abajo que yo veo por él’. Me vine y no me ha dado una libra de sal, siendo alcalde y ganándose una pila de plata, y robando bastante. No arrima ni a saludarme”.

El nieto de Salvo se acostumbró a la soledad y a la vida humilde pero, más allá de las dificultades, todavía guarda en su memoria los recuerdos de su abuelo, con quien vivió muchos años y al que le decía “papá”. Salvo nació el 15 de julio de 1878 en Concordia y murió en Medellín el 1 de abril de 1961, a la edad de 82 años. Él mismo alcanzó a escribir su propia biografía en versos, por supuesto, que fue publicada en su libro Coplas y trovas, que recopila muchas de sus composiciones poéticas. Así inicia la historia de su vida contada a partir de 28 estrofas:

“Al mundo doy a saber
que fui nacido en Concordia
Departamento de Antioquia
República de Colombia.

El que quiera conocerme
soy Salvo Ruiz el de Elena
que llevo sobre mis hombros
más de ochenta nochebuenas.

Mi pobre madre me crió
envuelto en una pobreza
que nos cubría todo el cuerpo
de los pies a la cabeza.

En una escuela rural
aprendí a juntar las letras
y por mi facilidad
no me quedé analfabeta.

Y sin ir a los colegios
los copleros me respetan;
¡qué tal que hubiera estudiado
dónde fueran los poetas!”[i]

Esa referencia a una vida pobre está presente en muchas de las composiciones poéticas de Salvo Ruiz. Su nieto recuerda, gracias a lo que su familia le contaba, que la infancia de Salvo en el Suroeste estuvo llena de dificultades. Aunque su padre lo reconoció como hijo, nunca llevó su apellido y nunca vivió con él, su crianza estuvo a cargo de su madre Elena, a la cual Salvo nunca desamparó y siempre recordó en sus coplas y trovas.

“Cuando Elena se murió
quedó Salvo en un conflicto
bregando por consolarse
viéndose tan huerfanito.

Y alguno me preguntó
¿por qué está triste Salvito?
Yo le contesté llorando:
“será de verme solito”.

Desde entonces vive Salvo
tristemente llorosito
y la pena taladrando
matándome a pedacitos.

Todo termina o prescribe
o calma por un ratico
pero mi acerbo dolor
siempre vive fresquecito”[ii].

Así recordaba Salvo la muerte de su madre Elena, quien, según Baudilio, era “destronilladita”: “Pa’ él salir a conseguirse la vida por fuera, tenía que dejar a la mamá amarrada a la cama porque era algo destornilladita, así se podía ir tranquilo y volver a ver por ella, porque Salvo fue el único hijo que vivió con la mamá”. Elena fue siempre una de sus grandes inspiraciones y una mujer por la que trabajó mucho desde pequeño.

De los trabajos de Salvo, Baudilio sólo recuerda uno, el de tabaquero:

“Él cosechaba tabaco, a mí no me tocó esa época pero él me contaba que hacían caneyes, unos rancho en forma de triángulo llenos de palos en el medio para colgar el tabaco, ahí lo secaban. Esas cosechas las hacían en los montes de Favorita, en Concordia, y en los caneyes, como el tabaco iba alto, debajo hacían bailes, baile bravo le llamaban. Uno tocaba un tiple, otro le daba a un taburete y otro le daba a un cajón, y hacían unos bailes tremendos, al son de la música que sacaban ellos mismos ahí”.

El mismo Salvo alcanzó a registrar en versos ese y otros trabajos que tuvo en el Suroeste:

“Cuando yo fui agricultor
y cosechaba tabaco
en los aliños bailábamos
todas las noches un rato.

Las mismas alisadoras
nos vendían el aguardiente
para nosotros cantar
y ellas bailar dulcemente.

Cuando yo estaba soltero
trabajé en los cafetales
cantando a las chapoleras
por las noches en los bailes.

Otro tiempo trabajé
en las laderas del Cauca
para salir a trovar
los sábados a La barca”[iii].

Salvo era bien conocido en las fondas y las posadas arrieras por sus grandes capacidades como trovador. Precisamente la arriería es uno los principales referentes históricos de trova antioqueña, ya que los arrieros fueron los que más la cultivaron, disfrutaron y difundieron. “En horas de ocio, los arrieros se dedicaban a cantar las trovas pulsando tiples, a contar historias de fantasmas y aparecidos o a enamorar las mujeres de la región. Y si era fin de semana, todo terminaba en grandes fiestas, pues allí se encontraban con los campesinos que llegaban a las fondas para disfrutar, hacer torneos de coplas, de tejo y, por supuesto, jugar la baraja y el dado”[iv].

Allí Salvo trovaba continuamente con muchos otros reconocidos trovadores de la época: Manuel Antonio Ortiz, Celestino Mejía, Justo Pastor Correa, Florentino Londoño, Fernando Zea, Manuel Rodas, Saturnina Balsán, Zoila Toro, entre otros. Y, por supuesto, con Antonio José Restrepo, mejor conocido como ‘Ñito’ Restrepo, quien además de ser abogado, periodista, diplomático, filósofo, filólogo y escritor, nunca perdió sus raíces antioqueñas y cada tanto volvía al Suroeste a trovar y a disfrutar de su tierra.

Salvo siempre recordaba su primer encuentro con ‘Ñito’ Restrepo, quien ya era un trovador de renombre, mientras él apenas daba sus primeros pasos en la trova. Así relata ese encuentro en una entrevista con Pablo Restrepo López:

“Una tarde supe que (Ñito) estaba bebiendo trago en ‘Otramina’, en la fonda de Emiliano Taborda y allá me fui. Al poco rato de haber llegado oí cuando Ñito le dijo a Emiliano: ‘Bueno hombre, ¿qué diablos se hicieron los trovadores buenos de aquí, que no los veo?’. Taborda le contestó: ‘Esos gallos se han ido casi todos de por aquí, pero ahí tenemos un pollo que apenas está apuntando de espuela y ya ha ganado buenas riñas; véalo allí, es hijo de Elena Ruiz, y el padre dicen que es Vicente González. ¿Por qué no lo capotea?’.

Ñito —continúa Salvo— me llamó entonces diciéndome: ‘¿Conque eres hijo nada menos que de Vicentón? Ven acá a ver qué fue lo que te enseñó tu padre’. Yo me acerqué, nervioso, cogí el tiple que me ofrecieron, me zampé un aguardiente y comenzamos a templar. Al momento Ñito me saludó con una copla que se me olvidó, yo le contesté y comenzamos a trovar lo más sabroso de mi vida. El me trataba con mucho cariño y consideración (…) Pero llegó un momento en el que me quiso agallinar para toda la vida, y me soltó la copla esa tan conocida, sobre la Virgen Santísima y como yo le contesté como mi Dios me ayudó, rápidamente, el gran gallo se levantó del taburete y me dijo abrazándome: ‘Siquiera te conocí, muchacho’”[v].

“Contéstame Salvo Ruiz
que te voy a preguntar:
¿Cómo pariendo la Virgen
doncella pudo quedar?

Y Salvo, sin vacilaciones, despejó el abismal interrogante con esta respuesta más abismal todavía:

Óigame doctor Restrepo
que te voy a contestar:
Tire una piedra en el agua;
abre y se vuelve a cerrar.
Así pariendo la Virgen
doncella pudo quedar”[vi]

El periodo de La Violencia que vivió Colombia a mediados del siglo XX fue una de las principales causas de los procesos migratorios que se dieron a lo largo del país en este periodo histórico. La lucha armada irregular entre liberales y conservadores por intereses socio-económicos asesinó y desplazó a campesinos a lo largo y ancho del país. Muchos de los que sobrevivieron, al ser despojados de sus tierras, buscaron refugio en las grandes ciudades, como Manuel Salvador Ruiz, quien tuvo que dejar el Suroeste y desplazarse a Medellín.

El desplazamiento de Salvo a la ciudad fue muy particular y su nieto Baudilio conoció la historia de primera mano:

“Él se tuvo que ir de Salgar porque era liberal, muy liberal, y sectario a la vez. En esa época el jefe conservador de Salgar era un señor Libardo Vélez y cualquier día sacaron a toda la gente de La Clara y quemaron las casas. A Salvo lo dejaron pa’ que les hiciera de comer a unos tenientes y policías conservadores. Cuando uno de los conservadores se dio cuenta que Salvo era liberal lo sacó de una y le dijo: ‘Empaque y se me va de aquí, pero pa’ mañana es tarde’.

Cuando el jefe conservador de Salgar, que conocía y estimaba a Salvo, se dio cuenta que lo echaban de allá, entonces le mandó dos arrieros con doce mulas, para que sacaran el equipaje y la familia de Salvo. Con los arrieros recorrieron diez kilómetros, que es lo que hay de La Clara a Salgar. Cuando salieron a la carretera por Salgar ya don Libardo Vélez le tenía un carro ahí disponible para que los llevara a Bolombolo. Y en Bolombolo el tren los estaba esperando porque, como los conservadores mandaban en esa época, detuvieron el tren hasta que Salvo bajara con su equipaje y su familia. De ahí lo llevaron a Medellín hasta la estación del ferrocarril, todo por cuenta del jefe conservador de Salgar, siendo Salvo muy liberal”.

“Jesucristo padeció
siete semanas y un día
y aquí llevamos siete años
de persecución seguida.

Volvió la chusma judía
a buscar otro Jesús
y les colocó a los rojos
el madero de la Cruz.

En el huerto sudó sangre
Jesús el justo cordero
y aquí sudamos los rojos
cuando llegan los chusmeros.

La soga con que arrastraron
a Jesús de la garganta
les sirve hoy para arrastrar
en las plazas las estatuas”[vii].

A pesar del amor de salvo por el partido Liberal y de que algunos conservadores lo odiaban, su gran talento y su capacidad para compartir con la gente lo salvaron de un destierro más trágico. En Medellín conoció muchos amigos y en muchos lugares demostró sus capacidades como poeta e improvisador.

“Contaba Salvo en aquel tiempo con unos setenta años, era de mediana estatura, moreno y de cuerpo macizo. Sus ojos, a pesar de su edad avanzada, mostraban vivacidad y en sus gruesos labios jugaba una sonrisa ingenua, de niño. La frente amplia y abombada, la nariz prominente con la punta un poco caída y un moderado prognatismo, constituían los rasgos más salientes de aquella cautivante estampa humana”[viii].

Así lo describió el médico Jorge Franco Vélez, quien lo conoció recién llegado a Medellín.

Pero la vida de Salvo en la ciudad no fue nada fácil. Baudilio recuerda con tristeza las dificultades por las que pasó su abuelo en Medellín: “Vivió cosas muy malucas porque le llegó una época en Medellín muy triste económicamente y cuando Salvo murió estaba de limosna. Salvo se hizo grande fue después de muerto, cuando ya uno no necesita nada”. El mismo Salvo plasmó en versos sus dificultades económicas en la ciudad e, incluso, le hizo una petición directa al partido Liberal, para el que tantas veces cantó en el Directorio Liberal de Antioquia, con el fin de que le ayudara en su delicada situación.

“A esta Corporación
le voy a poner presente
que hay mucha gente sin casa
y hay muchas casas sin gente.

Yo vivo en un rancho ajeno
y todos los días me corren
imploro su protección
a ver con qué me socorren.

Tengo una docena de hijos
envueltos en tal pobreza
que nos cubre todo el cuerpo
de los pies a la cabeza.

 (…) Y soy viejo veterano
del partido liberal
que necesito el auxilio
háganlo por caridad”[ix].

Esta trova de Salvo Ruiz dista mucho de la trova que se hace actualmente en Medellín. Para salvo era más importante el contenido que la rima y la métrica, y eso se hace evidente cuando se leen sus versos. Incluso le decía a su nieto que cuando no alcanzaba a cerrar una idea en los versos establecidos tenía que seguir con más para darle sentido a la estrofa: “Es que todo mundo nos equivocamos y cuando uno ve que no le rimó bien tiene que seguir buscándole el final, pa’ que quede bonito”.

“El humilde Salvo Ruiz”, como se autodenominaba él mismo en muchas de sus composiciones poéticas, además de terminar sus últimos años con problemas económicos, también vivió aquejado por múltiples dolencias. Baudilio, quien trabajaba en ese tiempo con la empresa de transportes Copetran, le ayudaba con lo que podía:

“La única entrada que tenía Salvo en Medellín era de Séfora, su hija, que era la secretaria general o cajera general en el Seguro Social. De pronto ella resolvió casarse, entonces se quedaron sin sueldo ni nada y los hijos eran bebedorcitos en la calle, así que la plata que llevaban a la casa era muy poquita. A Salvo le tocó luchar duro, duro, duro y sufrir. Yo cuando podía les llevaba mercado, les traía de la carretera un racimo de plátano o compraba algo y lo llevaba pa’ la casa. Pero Salvo siempre llevó del bulto en Medellín”.

Aun con tantas dificultades que tuvo en la ciudad, Salvo en su obra refleja la apatía que le producía volver a la tierra de la cual lo habían desplazado y, por el contrario, hablaba muy bien de Medellín. En una entrevista que le hicieron en el café La Bastilla, la cual respondió en verso, a la pregunta de cómo le parecía Medellín Salvo respondió:

“Si el cielo fuera bajito
y en carro se pudiera ir,
yo pudiera asegurar
que el cielo era Medellín”[x].

Así pasó, pues, Salvo sus últimos días hasta que lo visitó la muerte, a la que él en muchas de sus trovas le cantaba. Manuel Salvador Ruiz dejó un gran legado en la historia de la literatura antioqueña que ha sido menospreciado, a la sombra de los escritores y poetas “cultos” del departamento. Una de sus coplas, la cual fue premiada en 1902 por la Academia Española con 20 dólares, es casi un resumen de la vida de este gran poeta campesino:

“Esta noche canto aquí
para mañana llorar
porque siempre la alegría
es la puerta del pesar.”[xi]



[i] Ruiz, Salvo (1980). Coplas y trovas. Medellín : Bedout
[ii] Ibíd.
[iii] Ibíd.
[iv] Gobernación de Antioquia (2007). Arrieros somos, forjadores de vida. Medellín: Casa Editorial El Mundo.
[v] Ruiz, Salvo (1980). Coplas y trovas. Medellín : Bedout
[vi] Salvo Ruiz. un genial trovador antioqueno (14 de diciembre de 1968). Distritos, (No. 14). p. 50-51.
[vii] Ruiz, Salvo (1980). Coplas y trovas. Medellín : Bedout
[viii] Ibíd.
[ix] Ibíd.
[x] Ibíd.
[xi] Ibíd.

5 comentarios:

  1. De niño allá por 1942 yo vivía en Salgar , en Chamberí,al frente de mi casa había una peluquería en la cual era peluquero un señor al que apodaban care/tarro este señor era contertulio y compañero de tragos de Salvo Ruiz,entre sábado y domingo se formaban los jolgorios entre trovas y música de tiples, cuentan que Don Ñito Restrepo era asiduo a estas ter tulias, de Salvo se algo, siendo mi papá policía del juez y padre de una muchachada de hijos, era costumbre que si una res se despeñaba, la sacrificaban y daban la carne a los vecinos, cerca de casa se despeñó una res y Salvo escribió unas décimas, de las cuales sólo recuerdo algo , decía así: hasta el policía del juez, mandaba sus muchachos y era tanta la fatiga que jalaban de los cachos.....NOTA, mis padres si conocieron bien Salvo, yo sólo era un niño.

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  2. Lo que sí parece cierto en medio de tantos decires, comentarios, mentiras y verdades, es que Salvo Ruiz y "Ñito" Restrepo, nunca se conocieron.
    En lo que atañe a la hermosa trova sobre la Virgen María, llegaron muchas de España d ejuglares españoles con más o menos el mismo contenido. La que aquí aparece se le atribuye a Salvo Ruiz en un enfrentamiento con "Ñito" (¿cómo, si no se conocieron?). Siguen las suposiciones, mentiras, verdades, historias, reseñas y decires...Tienen la palabra los "SABI-HONDOS" DE TURNO.
    JUANFER

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  3. Salvó Ruiz padre de la trova antioqueña junto a Antonio José Restrepo ñito Restrepo

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